El Padre envió al Hijo para que el mundo pueda ver lo que jamás fue contado, para que el mundo pueda conocer al Verbo. Por vez primera los seres humanos pudieron ver a Dios. Pero así como Dios envió a Su Hijo, el Hijo nos envió a nosotros, para que llevemos fruto. No solo nos envió a predicar el evangelio sino a mostrar y expresar al Hijo. Para eso el Hijo debe formar Su imagen en nosotros. Dios nos está moldeando interiormente a la imagen de Cristo, Su objetivo es que la gloria de Su Hijo pueda ser vista por el mundo expresada por los redimidos, aquellos que fueron comprados y renacidos por Dios.
Las aflicciones, las restricciones y las humillaciones por las que pasó el Señor en esta tierra, son ahora parte de nuestro vivir, con el fin de que así como Él resucitó y entró en la gloria, de la misma manera, nosotros seamos muertos a este mundo y cuando llegue el día del Señor seamos todos glorificados juntamente con El.
Pero no es con métodos humanos que Dios va a lograr esto, sino a través de Su Espíritu en nuestro espíritu. Pablo oraba para que sean alumbrados los ojos de nuestro entendimiento, para que seamos capaces de comprender con todos los santos las riquezas de esta gloria: Cristo en nosotros.
Cristo en nosotros moldeándonos.
Cristo en nosotros renovándonos.
Cristo en nosotros saturándonos con Su esencia, con Su ser.
Es Su obra, es Su trabajo. Aunque quisiéramos colaborar, no podríamos, porque estamos muertos a este mundo y crucificados juntamente con El. Es necesario tener en cuenta que el Señor no requiere nada de parte nuestra, sino que simplemente estemos dispuestos a dejarle hacer Su obra en nosotros (desde nuestro espíritu) y que ¨descansemos en paz¨ (en nuestra alma).
Descansemos en Cristo porque lo que El se propuso lo llevará a cabo. El perfeccionará Su obra en nosotros.
El Señor sea con tu espíritu.
En Cristo: M.A.G.