sábado, 29 de octubre de 2011

Una obra interna.

Dios no está buscando cristianos excelentes, cristianos talentosos o cristianos reconocidos. Lo único que Dios está buscando en nosotros es a Su Hijo. Esta búsqueda por parte de Dios no es externa. El no busca primero ver algo diferente en nuestro vestir o nuestro hablar, porque esto es solo el resultado de una obra interior que El mismo va realizando en nosotros cada día. Es necesario entender que Dios solamente se complace en Su Hijo amado. Que la gente vea a Cristo en nosotros significa que ellos pueden ver al segundo de la trinidad en esta tierra hoy en día.

El Padre envió al Hijo para que el mundo pueda ver lo que jamás fue contado, para que el mundo pueda conocer al Verbo. Por vez primera los seres humanos pudieron ver a Dios. Pero así como Dios envió a Su Hijo, el Hijo nos envió a nosotros, para que llevemos fruto. No solo nos envió a predicar el evangelio sino a mostrar y expresar al Hijo. Para eso el Hijo debe formar Su imagen en nosotros. Dios nos está moldeando interiormente a la imagen de Cristo, Su objetivo es que la gloria de Su Hijo pueda ser vista por el mundo expresada por los redimidos, aquellos que fueron comprados y renacidos por Dios.

Las aflicciones, las restricciones y las humillaciones por las que pasó el Señor en esta tierra, son ahora parte de nuestro vivir, con el fin de que así como Él resucitó y entró en la gloria, de la misma manera, nosotros seamos muertos a este mundo y cuando llegue el día del Señor seamos todos glorificados juntamente con El.

Pero no es con métodos humanos que Dios va a lograr esto, sino a través de Su Espíritu en nuestro espíritu. Pablo oraba para que sean alumbrados los ojos de nuestro entendimiento, para que seamos capaces de comprender con todos los santos las riquezas de esta gloria: Cristo en nosotros.

Cristo en nosotros moldeándonos.

Cristo en nosotros renovándonos.

Cristo en nosotros saturándonos con Su esencia, con Su ser.

Es Su obra, es Su trabajo. Aunque quisiéramos colaborar, no podríamos, porque estamos muertos a este mundo y crucificados juntamente con El. Es necesario tener en cuenta que el Señor no requiere nada de parte nuestra, sino que simplemente estemos dispuestos a dejarle hacer Su obra en nosotros (desde nuestro espíritu) y que ¨descansemos en paz¨ (en nuestra alma).

Descansemos en Cristo porque lo que El se propuso lo llevará a cabo. El perfeccionará Su obra en nosotros.

El Señor sea con tu espíritu.

En Cristo: M.A.G.

Entrar al lugar santísimo.


Leer: Heb. 10:22. 12:22. 4:16.

Cuando Cristo resucitó de entre los muertos y regresó al Padre, Su sacrificio fue aceptado y como hombre recibió honra, gloria y potestad, porque como un cordero sin mancha inmolado desde la fundación del mundo fue a la cruz y con su inocencia pagó nuestra deuda. Por lo tanto, Su vida, Su muerte y Su resurrección fueron aceptados ante Dios como una ofrenda de olor fragante, quien luego le coronó como el Hijo Primogénito de Dios y le dispuso como Señor y Juez de todo el universo.

Ahora bien, cuando el Padre recibió la ofrenda del Hijo, nosotros estábamos en sus lomos. Estábamos incluídos en El, en Cristo, asi como Leví estaba en los lomos de Abraham cuando éste le ofreció pan y vino a Melquisedec. (el pan y el vino son símbolos del cuerpo y la sangre del Señor).

Cristo entró al lugar santísimo en los cielos, gracias a Su sangre derramada. El está ahora en la presencia del Padre intercediendo día y noche por nosotros como nuestro sumo sacerdote.

Por lo tanto, podemos entrar al lugar santísimo gracias a los méritos de Cristo, gracias a Su sangre ofrecida ante el altar celestial. Pero esto sólo se puede aplicar a través de nuestro espíritu,porque es allí donde está el Espíritu de Dios, en otras palabras, nuestro espíritu es el lugar santísimo de esta era.

Desde allí Dios está siendo infundido en nuestro interior y buscando transformar nuestra alma, ocupar nuestra mente, regular nuestras emociones y encabezar nuestras decisiones. Según abramos nuestro ser a El y dejemos que haga Su obra en nosotros, Su Espíritu transformará nuestros cuerpos y nos saturará con todo Su ser, de la misma manera en que la Shekiná (la gloria de Dios) saturó el tabernáculo en los tiempos de Moisés.

La gracia sea con tu espíritu.

M.A.G.

domingo, 16 de octubre de 2011

Dos hombres-Dos pactos.


Cada vez que sentimos depresión, alguna ansiedad, o nos perturban pecados presentes o pasados, el Señor nos debe recordar que somos nueva creación. Las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas.

En la biblia el número dos, denota al segundo de la trinidad, al Hijo Jesús. Pero también significa el número de la nueva creación. En toda la historia de Dios con el hombre, podemos ver sólo dos creaciones. La primera, o la antigua creación, la encontramos en génesis. Allí Dios creó de la nada todos los árboles, montañas y ríos.

Pero por causa del pecado esta creación fue contaminada y maldecida. Por tanto fue necesaria una segunda creación. Esta segunda creación tiene como materia prima al Cristo-Cuerpo, o sea, Cristo en sus redimidos. Todo aquel que ha recibido a Cristo y tiene al Espíritu Santo, no es solo parte de la nueva creación, sino que es en sí una nueva creación, una nueva criatura.

En esta segunda creación, Cristo lo es todo y en todos.

También vemos dos hombres, Adán y Cristo. Adán como el primer hombre, tenía que haber cumplido el plan de Dios, de gobernar por Dios y expresar su imagen en esta tierra. Pero Adán fracasó y por causa de él, entró el pecado en el mundo. Así que Dios vino en Cristo como el segundo Adán o el Postrer Adán. Este Jesús cumplió con todas las demandas divinas y en la cruz dio por terminada la primera creación. Luego de su muerte y resurrección dio inicio al nuevo hombre, quien otra vez, viene a ser Cristo en Su Cuerpo (los redimidos) de esta era, Su Iglesia.

Esta segunda creación y este segundo Adán, no fueron creados, sino que están unidos orgánicamente al Cuerpo de Cristo. Cristo en nosotros es esta segunda creación y este nuevo hombre, pero se necesita de la edificación para que se lleve a cabo esta creación-edificación.

También vemos dos pactos. El primero que fue promulgado y sellado con la sangre de machos cabríos, no tenía la eficacia suficiente para redimir a todos los que se querían acercar a Dios. Era un pacto perecedero. El antiguo testamento junto con la ley exponía la impotencia e inutilidad del hombre caído, en su intento de tener comunión con Dios.

Fue necesario promulgar un segundo pacto, que no solo reconciliara al hombre con Dios sino que le diera a éste la manera de vivir y expresar a Dios de la misma forma que tendría que haberlo hecho Adán.

Este nuevo pacto fue firmado con la sangre de Cristo y sellado por su Espíritu Santo. En este pacto, todos los redimidos tienen la potestad de ser llamados hijos de Dios, quienes participan de Su vida, Su naturaleza y Su santidad, los cuales les hace aptos para entrar en el Reino y disfrutar de las mismas bendiciones que disfrutará Cristo cuando sea puesto por Rey de reyes y Señor de Señores sobre toda la antigua creación.